miércoles, septiembre 13, 2006

Crueldad infantil y juvenil


La herida que provoca la crueldad de un niño sobre otro no se ve, pero es tan honda que deja huellas. Al agresor hay que educarlo: ponerlo en el lugar de la víctima es un camino.

Muchos más niños de los que uno imagina sufren por la crueldad de sus compañeros de curso. Más triste aún: la crueldad también se da entre hermanos. Se trata de un fenómeno que aparece generalmente entre los 7 y 12 años. Por una parte, el niño agresor se atreve a más afrentas porque disminuye su miedo a la autoridad adulta y capta cómo herir “dando en el clavo”.
Paralelamente, no entiende el universo interno de los sentimientos, pues vive más hacia afuera que hacia adentro. De ahí el comportamiento insensible ante el otro. El niño víctima generalmente se queda paralizado y mudo, lo que incentiva al cruel, pues para que el agresor sea consciente del daño requiere ver el efecto concreto, como dolor o llanto.

Además de herir, muchos niños crueles mienten, copian o roban sin pensar en lo malo que eso significa, pues aún no captan en profundidad valores abstractos que hay detrás: daño al sentido de confianza entre las personas. Pero esto nunca se debe dejar pasar, ni menos aceptar aludiendo el cómodo “son cosas de la edad”, ya que estas actitudes no se pasan solas, como tampoco se borra así no más el daño que se produce en el afectado.
“Ojo por ojo...”
No existe forma más clara de resumir y entender el concepto de justicia y moral que tienen los niños de esta edad que con la Ley del Talión. “Le pegué un combo porque él me había pegado a mí uno igual”. El niño se siente con derecho a llegar y pagar con la misma moneda, ni siquiera considera oportuno acusar, porque se ha roto un acuerdo implícito y cree que sólo es posible reestablecerlo al pagar con el mismo daño.

Si en la etapa anterior, la justicia, el bien y el mal estaban determinados por lo que establecía la autoridad, ahora son ellos mismos quienes creen tener clarísimos los derechos de cada uno y la justicia se circunscribe a establecer acuerdos y negocios delimitados que no pueden ser transgredidos. “Yo te convido porque tú me invitaste”. Un niño de esta edad nunca deja pasar algo y no necesita a la mamá para que actúe como juez o autoridad suprema dirimiendo el asunto, porque el arma de defensa está a la mano: la revancha.

Es importante que los padres no alienten la venganza -“pégale para que aprenda”-, sino que expliquen que la violencia y la burla no solucionan, sino agudizan el problema, entre otras cosas porque no le permiten al niño “víctima” exteriorizar sus sentimientos de pena, sino que lo llevan al terreno del matón donde seguro perderá y sufrirá otra vez, impidiendo una salida conversada o más amigable.

Intención de herir
Hombres y mujeres pueden ser igualmente crueles en esta etapa del desarrollo cognitivo y moral. Especialmente aquellos niños impulsivos que hieren porque no miden lo que dicen o hacen, sino que simplemente expresan su rabia, descontento o envidia.

Por mucho que la crueldad sea un fenómeno más o menos esperable no es bueno, y habrá que estar atento a las distintas situaciones que la incentivan, tales como un ambiente competitivo. A veces será cruel para hacerse el divertido y llamar la atención. Otras será simplemente destacar los defectos del otro y hacérselos saber con pesadez, como ocurre a menudo: “Por tu culpa perdimos, eres el peor del curso para el fútbol”.

También existe una crueldad egoísta que suele darse aliada a la incapacidad de ponerse en el lugar del otro, lo que también se traduce en destacar la diferencia. Así, un grupo de cinco compañeras conversa de lo bien que lo pasaron en un panorama al que una de ellas no asistió o se muestran las tenidas nuevas y le preguntan a la amiga que vino con lo mismo que el año anterior por qué no tiene un vestido nuevo, o bien, comparan las notan y descalifican a la peor.
También existe la crueldad para manipular, que busca alcanzar un objetivo determinado, generalmente a corto plazo. “Voy a convidar a todo el curso a mi cumpleaños, menos a ti porque tú no me quieres dar de tu colación”.

La crueldad no es normal
Muchos niños que son recurrentemente crueles porque detrás de ese actuar o decir se está reflejando un problema más profundo y difícil de detectar:

· Egocentrismo: niños a quienes nunca se les ha pedido ponerse en el lugar del otro y posponer lo propio.
· Baja autoestima: niños que necesitan achatar al resto para subir ellos, tal como ocurre a menudo entre los adultos. “No tiene gracia que seas bueno para el tenis, si juegas todos los fines de semana”.
· Celos o envidia: niños que rebuscan hasta encontrar defectos ajenos por envidia de no tener las cualidades del otro. Esto se da a menudo entre hermanos cuando uno es muy destacado y el otro “debe respirar por la herida”. Es clásico el ejemplo en que la hermana menor es muy aplicada y la mayor se encarga de decirle que es una aburrida.

Reflejo de la casa
No existe padre o madre que quede indiferente cuando a un hijo suyo se le ve destrozado a causa de la pachotada que ha recibido, sea de sus compañeros o de sus hermanos.
Preferible es ver un moretón producto de una pelea que imaginar el dolor en el alma, la mayoría de las veces oculto.

Para qué decir en el caso de la madre del niño cruel. Nadie quisiera ocupar ese lugar, porque, si bien hay niños que nacen más impulsivos y tienen menos capacidad para medir las consecuencias de su actuación, la generosidad, la envidia, el afán competitivo y la comprensión, entre otros, son valores y defectos que se aprenden en la casa y que, querámoslo o no, hablan por sí solos del ambiente familiar.

Una y otra situación no se pueden dejar pasar, la primera porque el daño acumulativo y silencioso terminará por destruir psicológicamente a la víctima; la segunda, porque el niño debe tomar conciencia de que ha producido un daño moral gravísimo en el otro, aunque no haya huellas físicas que le permitan comprenderlo más fácilmente. Además, ha dado pésimo testimonio público de su familia.

El cruel es un débil
Para ayudar al agredido, será necesario mostrarle lo malo de esa conducta cruel y aclararle que eso que él identifica como fortaleza, es pura debilidad, ya que su agresión es el arma que utiliza para llamar la atención o para lograr algo que no puede de otro modo. Pero hay que tener cuidado de no condenar al agresor, sino el acto que cometió, porque de lo contrario estaríamos respondiendo con lo mismo.

Con el niño cruel se requiere de un trabajo minucioso que comienza desde los tres años aproximadamente: se trata de educar en la empatía, hacerles tomar conciencia de que efectivamente existen sentimientos para así poder fomentar los buenos y frenar los malos.

· Mostrar la existencia de sentimientos ajenos que se deben respetar, como por ejemplo, “tu hermano menor se entristece cuando no quieres jugar con él”, “la mamá se pondrá tan contenta porque te has comido esto que ella te había preparado con cariño”.
· Los padres deben comprender los sentimientos de los niños, lo que no significa aceptarlos, pero sí saber que el hijo es rabioso, competitivo, etc.
· Incentivar a los niños a sentirse semejantes a los demás, porque mientras más cercanos se sientan a quienes le rodean, más empatía podrán experimentar hacia ellos.

Sólo si el niño sabe de la existencia de la envidia, la pena, el cariño, la generosidad y los celos, estará preparado para dominarlos en vez de manifestarlos como crueldad o posteriormente como pelambre. En esto no cabe la disculpa de algunos padres cuando dicen que el niño es impulsivo y por eso es cruel. La impulsividad puede ser encausada para decir lo bueno de los otros o para ser excesivamente cariñoso y alegre. Por su parte, un niño más callado y reflexivo tampoco está a salvo porque en su silencio puede alimentar la competitividad o la envidia profunda, que luego se expresarán como crueldad fina y dolorosa.

OJO
· La crueldad no pasa sola, como tampoco el daño al afectado. Los padres deben intervenir.
· Castigar al cruel no es la solución definitiva. Lo mejor es hacerlo ponerse en el lugar del otro con ejemplos bien concretos: “¿te gustaría que te dijeran la ballena del curso?”
· Alentar la revancha aumenta la violencia y lleva la situación al terreno del cruel donde la víctima seguro saldrá perdiendo y además no podrá decir lo que siente.
· Los niños son concretos: reaccionan si ven y palpan el daño que causan.
· Conversar con el agredido, hacer ver que el cruel es débil, que sufre de celos o envidia.
· Al agresor educarlo en la expresión de sus emociones. Si tiene rabia, dolor, celos o pena, incentivarlo a que los exprese conversando o a través de un juego como la actuación.
· Cada vez que el cruel sea tolerante, generoso y cariñoso, premiarlo.

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