lunes, octubre 30, 2006

¿ La última maratón ?

Enrique Urrejola
Muy estimada Comunidad ABS,
Comparto esta historia con toda nuestra Comunidad British, por cuanto la considero como un ejemplo de tenacidad, esfuerzo, disciplina y determinación. Fuimos compañeros de curso con Enrique, en el Saint George's College y siempre admiré sus condiciones excepcionales de atleta, gran amigo y compañero. Su impresión sobre la Maratón de París es digna de compartir, como un muy buen ejemplo para nuestros hijos.
Afectuosos saludos,
CEPAD
Hugo Donoso Palacios
Presidente

Maratón de París, Abril 2004

Un regalo divino.

Soy de la opinión que, cada vez que la vida te permite llegar a pararte en la línea de partida de una Maratón, estás recibiendo un importante regalo de Dios. En efecto, son tantos los imponderables que pueden ocurrir, desde que tomas la primera decisión de intentarlo, hasta que llegas a estar ahí parado, que no puedes dejar de sentir un profundo agradecimiento. Este sentimiento lo he tenido cada una de las trece veces -en mi caso- que lo he logrado antes. Queda, por supuesto la carrera misma, pero eso ya es otro tema, otro desafío.
En mi concepto, si llegas a estar en el punto de partida, es porque estás preparado para correrla, ya que la Maratón no permite improvisar. Hechas las tareas, al comenzar la carrera debes simplemente salir al frente, y hacer aquello para lo que te has preparado, teniendo cuidado de no equivocarte.

Lo especial de París.

Llegar a correr París había sido un anhelo que tenía desde hacía largo tiempo. Desde el año 1998, en que habíamos entrenado con Felipe Cabello y Jaime Winter con la intención de romper allí, por primera vez, la barrera de las tres horas. Ellos llegaron y cumplieron su objetivo, en tanto yo, por alguna razón, hube de quedarme sin viajar, pese a que logré cumplir lo propuesto acá en Santiago.

Había escuchado que la Maratón de París era una carrera bastante plana, llena de encanto, cálida, bien organizada y un verdadero recorrido turístico por los puntos más atractivos de la Ciudad Luz. Allá por Noviembre de 2003 se empezó a organizar un grupo de amigos que firmamos el compromiso. Fui uno de los primeros en inscribirme, ilusionado con la perspectiva de un hermoso viaje a Europa, de una espléndida carrera, con la posibilidad de un buen tiempo, y de unos momentos inolvidables con un grupo de buenos amigos. En ésta oportunidad la realidad superaría la expectativa. París no nos defraudaría.

El entrenamiento.

Como en otras oportunidades, desarrollé un programa con el objetivo de bajar las tres horas. Sabía que eso era riesgoso. Las últimas veces que había entrenado a ese nivel de exigencia, había sufrido frecuentes lesiones. Traté de introducir algunas modificaciones protectivas al programa: pretemporada de musculación, trabajos de pista a menos velocidad que en el pasado, mayor kilometraje total. El conjunto funcionó. Pese a molestias en las rodillas que fueron siempre en aumento, los meses de verano fueron pasando y el programa se cumplía. Soy de la opinión que, si se logra entrenar durante cuatro o cinco meses en forma consistente de acuerdo a un programa y sin lesiones, un maratonista experimentado está capacitado para correr una buena Maratón. En mi caso el entrenamiento se pudo realizar sin problemas esta vez. El control de media Maratón de Marzo sería el indicador de mi capacidad. Llegado el día del control, terminé en 1:25:29. De acuerdo a mi experiencia, ese tiempo proyectaba para mí una Maratón de algo más de tres horas.

Llegar a París.

El hombre propone y Dios dispone. A principios de Marzo, por razones de fuerza mayor, me había visto en la obligación de anular mis pasajes, e informar a todos mis amigos que no asistiría. Sorpresivamente, apenas dos semanas antes de la carrera, las cosas se fueron dando favorablemente, y con gran alegría, pude incorporarme de nuevo al grupo de los viajeros. El día Jueves primero de Abril, en una lluviosa mañana parisina, me encontraba con Ricardo Montero y Carlos Serrano frente a la pirámide de cristal del Louvre, para hacer el único trote previo a la carrera, hasta el Arco de Triunfo. Atrás quedaban Frankfurt, la Alsacia francesa, con el pueblito medieval de Riquewühir, la casa de Claude Monet en Giverny y la catedral de Reims, donde tantos reyes de Francia fueron coronados. Habíamos llegado a la maratón de París, y solo faltaba correrla.

La carrera.
El Domingo 4 de Abril amaneció con lluvia y viento sobre París. Tomé el metro en la estación de Saint Germain des Prés, y al llegar al Arco de Triunfo, punto de partida, vi que la lluvia se había ido. Encuentros fugaces con algunos compañeros de equipo, de pocas palabras, y ya estaba en el corral de los “ ballons rouges” para corredores de tres horas. Sabía que habría tres “ pacers” que correrían justo al paso para bajar las tres horas. Ellos irían con unos globos rojos amarrados a la espalda con un mástil, para que pudieran verse de lejos. Me había propuesto no seguir a esos tipos, ya que sabía que yo no estaba para esa marca ese día. En la partida, ya con sol, tenía a uno de los pacers casi a mi lado. Me repetí varias veces que no caería en la tentación de seguirlo. Sonó el disparo a las 8:30 en punto y allá nos fuimos en bajada por la ancha Avenue des Champs Elysées. Fue un verdadero esfuerzo dejar alejarse gradualmente a los globos rojos, pero ya en el kilómetro 3, en la hermosa Rue Rívoli, estaba corriendo al paso de 4:23 por kilómetro que me había propuesto, para un objetivo de 3:05. El recorrido incluía pasar frente al Louvre, la Ópera, la plaza de la Bastilla, los Bosques de Vincennes, el Sena, el barrio de la Torre Eiffel, los Bosques du Boulonge, y finalizar en la Rue Foch, cerca del Arco.

Fue para mi una de las mejores maratones que he corrido. Ritmo parejo a lo largo de todo el recorrido, autocontrol permanente, y adecuado manejo del cansancio en los últimos kilómetros para no caer en el paso. Segunda mitad más rápida que la primera. En realidad, habría sido algo perfecto, a no ser por un detalle.

El detalle.
Desde el kilómetro 20 o algo así me había dado cuenta que adelante mío iban Gabriel Ruiz Tagle y Raimundo Valenzuela. Gabriel es un maratonista peligroso, con marca previa de 3:11 en Concepción, y muchas posibilidades de mejorar. Raimundo o “Paila” es temperamental y un tanto impredecible y estaba corriendo como no lo había hecho nunca de rápido, al lado de su amigo. Les di alcance en el kilómetro 22. Corrimos los tres juntos sin hablarnos, ayudándonos mutuamente a marcar ritmo, hasta el kilómetro 37. En ese momento, sentí que empezaban a rezagarse y de allí en adelante mi única preocupación iba a ser, creía yo, mantener el ritmo hasta la meta. El ritmo lo mantuve, pero alguien hizo más que eso. En plena Rue Foch, justo en la marca del kilómetro 42, con la meta a la vista, sentí algo así como unos gruñidos guturales a mi lado, y ví pasar, a toda velocidad, a Raimundo. Traté de resistirle pero, la verdad es que no estaba preparado para correr una carrera de 100 metros planos al final de una Maratón. Crucé la meta en 3:05:00, un segundo después del Paila. Gabriel llegó apenas 20 segundos detrás nuestro. En la meta nos esperaban José Luis Gonzalez y Fernando Guzmán, que pese a haber llegado hacía un rato, no se habían movido de la meta para recibir a sus compañeros.

La reunión posterior.
La gran mayoría de los Runners estaban muy satisfechos con su resultado. Se habían logrado cosas importante, como los 2:33 de José Luis Gonzalez, récord absoluto del Club, los 2:46 de Raimundo Errázuriz, 2:56 de Guzmán; y Juan Carlos Fernández había quebrado por fin la marca de las tres horas. Gabriel y Raimundo habían mejorado muchísimo sus marcas personales.
Aquella noche, nos reunimos casi todos, con nuestras familias en un restaurant del Barrio Latino, del cual habíamos reservado un privado para nosotros. Fueron momentos de gran alegría, no exentos de humor e ironía. Nadie se quedó sin hablar.

El día después.
París permanece para mi como un recuerdo imborrable, de las grandes satisfacciones y momentos felices que se pueden vivir como maratonista. Tal vez haya sido mi despedida en esa actividad. Aún no lo se. En los meses siguientes tuve que someterme a cirugía en mi rodilla izquierda, y el pronóstico de mis posibilidades de correr en el futuro no está todavía claro. Tengo una fe ciega de que Dios me permitirá seguir corriendo, aunque sea a menor exigencia y solamente por diversión. Pero confío en recibir, si pongo de mi parte, el don de estar algún día parado de nuevo en el punto de partida.

Confiemos que así sea.

Enrique Urrejola

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